Por: José de Jesús Aguilar Carrasco
En el
ejercicio de mi profesión, he podido ser testigo de muchas cosas, no
sé si pudiera calificarlas de justas o no, pues aquella definición
clásica de “Ulpiano” en decir que la justica es dar a cada quien
lo que merece, no complace del todo al contexto en el que me he
desenvuelto desde muy pequeño. Escuche siempre historias de mis
abuelos y de mis padres que daban cuenta de “casamientos” o
“amasiatos” con niñas de poca edad, como no recordar a Ángeles
Mastretta y su “arráncame la vida” contando la historia de una
niña que se casó con un gobernador y que a la postre terminó
odiándolo, por cierto aspirante a la Presidencia de la República y
finalmente acaecido por un probable envenenamiento en su propia casa.
Pues bien, esas historias que parecieran del siglo pasado se
encuentran vivas en este tiempo en las comunidades de nuestro estado.
Esta semana
pude ser testigo de la desesperación de unos padres que acudieron a
pedir el apoyo porque su hija de catorce años, se había fugado con
el novio, de inmediato la respuesta de este abogado fue,
presentaremos la denuncia por el delito de estupro que corresponde en
virtud de que el varón es mayor de dieciocho años, sin embargo se
pensó en acudir a tratar de convencer a la jovencita de que la
decisión que estaba tomando no era la más apropiada. A punto de
terminar la secundaria, sin más apoyo que el de los propios padres y
por un simple arrebato ante la negativa de cumplir un capricho que el
padre le negó, la decisión fue escaparse con el novio, por cierto a
casa de los papas de este.
Pero esa no
es la razón de esta historia, la preocupación nace en el momento en
el que al acudir al domicilio de los padres del muchacho, estos
mismos les dijeron a los de la niña, si ella no se quiere ir, no se
irá, y déjenlos que sean felices. ¿Felices? Cuando ella tiene
catorce años y el dieciocho?, mis oídos no podían creer tal
aberración y la muchacha empecinada en vivir su idilio con el joven.
No le corresponde a quien escribe saber si existe ese sentimiento o
no, pues tampoco esta columna se trata de ello, pero si de llamar la
atención de dos instancias fundamentales en estos casos y en muchos
otros de nuestro pueblo, en primer lugar a los padres de familia,
quienes nos hemos convertido en individuos permisibles y opacos, que
no transmitimos principios ni tampoco hábitos como la disciplina y
el respeto, por otro lado la propia autoridad educativa que en su
momento y en su papel no han sabido conducir las políticas
educativas para lograr fijar un rumbo específico a nuestros niños y
jóvenes. Esto, es solo un ejemplo de los múltiples factores que han
descompuesto el tejido social, que han ocasionado una descomposición
del núcleo fundamental de la sociedad que es la familia, en
cualesquiera de sus formas modernas de concepción. La Convención
sobre los Derechos el Niño establece en su artículo 1º que se
entenderá por niño todo ser humano menor de dieciocho años de
edad, individuos cuya preocupación debe ser estudiar, jugar,
aprender con el entorno en el que viven y con los suyos, no
adelantando un proceso que primordialmente es biológico, pero que
ante al maremágnum de la vida diaria hemos descuidado y olvidado
siendo corresponsables de ello.
El resultado
es por demás previsible, una niña (madre en unos meses mas), un
joven no dispuesto a sacrificar su juventud y un par de vidas
truncadas por el capricho de unos, la insolencia de otros y la
complacencia del resto.
Leyes se
podrán hacer muchas, pero la única forma de recomponer el camino,
es inculcar a nuestros pequeños la mayor cantidad de principios, de
valores y entender que cada etapa en su momento llegará, mientras
tanto más nos vale cuidar y proteger a nuestros niños, de lo
contrario ese futuro que de igual forma a nosotros nos prometieron,
eventualmente se irá también.
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